En el centenario de la muerte del compositor italiano su ópera póstuma, la más apreciada por el autor, sigue brillando con luz propia.
TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS
En abril de 1926 vio la luz en el icónico Teatro de La Scala de Milán la ópera Turandot, casi un año y medio después de la muerte de su autor, el italiano Giacomo Puccini. Ahora, cuando se celebra el centenario del fallecimiento de uno de los más grandes compositores de ópera de todos los tiempos, su obra póstuma, la más querida de todas, sigue brillando con luz propia. Nessun dorma, su aria más conocida y símbolo del triunfo del amor sobre el odio, se convirtió mucho tiempo después del estreno en un icono moderno de la ópera desde la poderosa voz del tenor transalpino Luciano Pavarotti.
Turandot, basada en un poema épico de la literatura persa, narra la historia de una cruel princesa china que somete a sus pretendientes a una serie de acertijos aparentemente imposibles de resolver, antes de ser ejecutados si fracasan en su propósito. Sin embargo, el joven Calaf consigue desvelar los enigmas y se hace acreedor del amor de la joven. Se plantea sobre el escenario un titánico duelo entre las voces del tenor y la soprano, con Maria Callas o Montserrat Caballé como legendarias cantantes femeninas.
Autor de piezas operísticas capaces de trascender el ámbito del género y llegar a amplios sectores de público menos relacionados con este tipo de música y puesta en escena, el compositor toscano marcó el desarrollo operístico a caballo entre los siglos XIX y XX. En su particular concepción artística, adelantó algunas de las técnicas que posteriormente se utilizarían en el cine, anticipando escenas con temas musicales que anuncian lo que el espectador está todavía por ver.
La música ya estaba en la genética de Puccini cuando nació el 22 de diciembre de 1858 en la localidad de Lucca, ubicada en la región italiana de Toscana. Fue educado en una familia compuesta por varias generaciones de maestros de cámara en la catedral de su ciudad natal. Su tío Fortunato Magi se encargó de la instrucción musical de un alumno al que paradójicamente consideró de forma precipitada como no demasiado dotado, quizás fruto de la falta de disciplina del joven Giacomo.
Organista y maestro de coro desde muy joven, la inspiración para dedicar su vida a la ópera nació fruto de la epifanía que supuso asistir a la representación de Aida, de Giuseppe Verdi, en 1876. Su compatriota ejerció una notable influencia en la obra de Puccini y corresponden a esta etapa sus primeras composiciones escritas. En 1880, gracias a una beca y al apoyo económico de un pariente, comenzó sus estudios en el prestigioso conservatorio de Milán.
Como estudiante compuso la pieza conocida popularmente como ‘Misa de Gloria’, último contacto con el arte religioso que anticipa muchas de las características de Puccini como autor de ópera, pues deja ver su gran capacidad para la creación de fragmentos de gran carga dramática para ser representados en escena. Tras ‘Le Villi’, la primera de sus doce óperas, de 1884, ‘Edgar’, diseñada para ser estrenada en La Scala de Milán en 1889, no cosechó el éxito esperado pese a los cinco años de trabajo que supuso para un músico acostumbrado a trabajar a largo plazo.
Puccini inicia una relación sentimental con Elvira Bonturi, entonces todavía casada con un viajante de comercio, con la que tendrá dos hijos, Fosca y Antonio. También pasa a residir durante prolongados periodos de tiempo en la pequeña localidad de Torre del Lago, cercana a su Lucca natal, un lugar idílico donde construyó su casa a orillas del lago Massaciuccoli.
El éxito
En este contexto llega el primer gran éxito, el que lanza su brillante carrera como compositor operístico, ‘Manon Lescaut’, estrenada en el teatro Regio de Turín en febrero de 1893. A partir de entonces se suceden los triunfos con ‘La Bohème’ (1896), ‘Tosca’ (1900), ‘Madama Butterfly’ (1904), ‘La fanciulla del West’ (1910), estrenada en Nueva York, ‘La rondine’ (1917), por primera vez representada en Montecarlo, y ‘El Tríptico’ (1918), compuesto por ‘Il Tabarro’, ‘Suor Angelica’ y ‘Gianni Schicchi’.
Puccini se había convertido ya en un autor internacional, capaz de alcanzar el esplendor de su referente, Verdi, como icono de la ópera italiana. Amante del automovilismo y coleccionista de coches, los problemas con su esposa marcaron una etapa de su vida personal que contrasta con el éxito profesional. Siempre interesado por diferentes estilos y atraído por el exotismo de otras culturas, dejó varias obras inacabadas, pero ninguna de la dimensión de ‘Turandot’, el canto de cisne que Puccini no pudo ver representado, pero que acabó por convertirse en el bellísimo símbolo de su legado musical, el triunfo del amor sobre el odio.