El político romano decidió encargar a Sosígenes de Alejandría la creación de un calendario preciso tras un viaje al Egipto de la faraona Cleopatra
TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS
Cada cuatro años aparece en el calendario una fecha que no existe en los tres previos. El 29 de febrero nos recuerda la rareza de los años bisiestos, un mecanismo de ajuste del que todo el mundo ha oído hablar, pero del que muy pocos conocen su origen. Para adaptar los 365 días del año calendario a los 365, 5 horas, 48 minutos y 10 segundos del año trópico, o lo que es lo mismo, el tiempo exacto que supone para el planeta Tierra completar su rotación alrededor del Sol, se añade un día que puede parecer sólo un pequeño detalle, pero que evita un desfase de enormes implicaciones a largo plazo.
Las raíces del año bisiesto se remontan, como tantos otros aspectos de la cultura occidental contemporánea, a la Roma clásica. Fue Julio César el que encargó al astrónomo, matemático y filósofo Sosígenes de Alejandría la creación de un sistema que corrigiese el preocupante desfase del calendario romano, derivado de su imprecisión durante siglos. Tras un viaje al Egipto de Cleopatra en el año 49 a.C. y fascinado por la exactitud de los métodos empleados por la nación de los faraones, el político y militar romano adoptó el firme de propósito de dotar a la entonces República romana de una herramienta de medición del tiempo acorde a su grandeza.
Para superar el desfase temporal acumulado, el año 46 a.C. constó de 445 días y se instauró por primera vez el concepto de año bisiesto, añadiendo un día más al calendario cada cuatro años, aunque en este caso se trataba del 25 de febrero. El calendario de Julio César, basado en el egipcio pero con la nomenclatura romana de los meses y que tenía 365 días al año, fue llamado juliano en honor a su promotor. El año romano comenzaba con el mes de Martius, así denominado en honor a Marte, dios de la guerra y padre de Rómulo y Remo, fundadores de Roma, y finalizaba en februarius, un nombre derivado de los ‘februa’, rituales basados en la purificación del fuego de las hogueras.
El calendario juliano fue predominante en el mundo romano y posteriormente en la Europa nacida de los vestigios del viejo imperio, así como en los lugares de influencia del viejo continente en todo el mundo. Así fue hasta la aparición del calendario gregoriano, bautizado en honor al papa Gregorio XIII, su gran impulsor. Este sistema estaba basado en estudios llevados a cabo en la Universidad de Salamanca por especialistas, se aprobó en el Concilio de Trento y fue imponiéndose en el mundo occidental desde el año 1582, cuando los países del sur de Europa de tradición católica, como España, Italia o Portugal, lo adoptaron oficialmente. Sin embargo, pasarían casi dos siglos, hasta el año 1752, hasta que Gran Bretaña y sus entonces colonias americanas hiciesen lo propio.
Con el propósito de compensar un desfase temporal que el calendario juliano no había logrado eliminar completamente, se suprimieron diez días -del 5 al 14 de octubre de 1582-, para así establecer el equinoccio de primavera en la fecha del 21 de marzo, lo que permitía celebrar la Pascua en esta estación del año, algo acorde a lo establecido en la Biblia. Actualmente, el gregoriano es el calendario imperante en Occidente, pero ni mucho menos el único sistema de medición del tiempo existente.
El calendario islámico
El calendario islámico tiene su punto de partida en el 16 de julio del año 622, fecha de la Hégira, término que recibe la huída de Mahoma de La Meca para refugiarse en Medina. Basado en el calendario arábigo, el que imperaba en la región antes de la aparición del profeta del Islam, se trata de un sistema basado en la observación de la Luna, compuesto por doce meses y ciclos de 30 años, con once de ellos bisiestos -2, 5, 7, 10, 13, 16, 18, 21, 24, 26 y 29-, de 355 días en lugar de los 354 habituales. Actualmente se combina junto al gregoriano en los países musulmanes y discurre por el año 1441 después de la Hégira.
El día da comienzo con la caída del sol y el mes, unos dos días después de la luna nueva. La semana en el calendario musulmán también consta de siete días, siendo el equivalente al viernes el sagrado, que en este caso es el sexto día, en el que se lleva a cabo la oración colectiva en la mezquita. En función de esta tradición recibe esta jornada el nombre en árabe de al-yuma’a, que se puede traducir como «la reunión».
El calendario chino
Impulsado por el emperador chino Huang Di, popularmente conocido como el ‘Emperador amarillo’, a comienzos del siglo XXVII a.C., ocupa un lugar primordial en la ancestral cultura y mitología del gigante asiático. Se basa en la observación del Sol y la Luna y está estructurado en función de cinco ciclos de doce años, cada uno de ellos regido por un animal: toro, tigre, liebre, dragón, serpiente, caballo, oveja, mono, gallo, perro, cerdo y rata, que centrará el año 4717, que comienza el 25 de enero.
Las celebraciones del Año Nuevo Chino son un acontecimiento mundial por su espectacularidad y por la gran presencia de población china en todo el mundo, y tienen lugar en el día de luna nueva más próximo al punto intermedio entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera, entre los meses de enero y febrero.
El calendario hebreo
Al igual que el chino, también se rige en función de las diversas fases del Sol y la Luna. La versión actual, en función de la cual se fijan las celebraciones más importantes del mundo judío como el Yom Kipur, el Rosh Hashaná, el Purim o el Hanuká, fue obra del Nasí del Sanedrín Hillel II, en el siglo IV d.C. Los días dan comienzo y concluyen con el ocaso y el ciclo semanal consta de siete días, siendo el séptimo y sagrado el Shabat, equivalente al sábado y jornada de descanso.
El calendario hindú
De tipo lunisolar, su origen se remonta a Brahma, dios creador del universo en el hinduismo. Consta de dos eras: Vikrama, que comienza en el año 47 a.C. y que actualmente está en desuso, y Shaka, que se inicia en el año 78 d.C. Fue reformado en 1957 para uniformarlo y hacerlo más preciso, y su gran particularidad es que consta de hasta seis estaciones de dos meses cada una: Vesanta (primavera), Grichma (verano), Varea (lluvias), Sarad (otoño), Hemanta (invierno) y Sisiva (fresco).