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cultura

Figura icónica del boom de la literatura latinoamericana, la vida del Gabo, como su obra, estuvo impregnada de un estilo único y reconocible marcado por el Caribe.

TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS

García Márquez, una década sin el padre del realismo mágico 2

Gabriel García Márquez recibiendo el Premio Nobel de Literatura.

Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía; Florentino Ariza y Fermina Daza, el gran amor de su vida; Santiago Nasar; guerras que nunca acaban, lluvias que duran años y bellas mujeres que se elevan a los cielos… Todos tienen cabida en el universo casi infinito, tan pleno de magia, que durante más de sesenta años de carrera literaria tejieron el inmenso talento creador y la pluma de Gabriel García Márquez.

Han pasado diez años desde su muerte, pero el legado del Gabo sigue muy presente. La publicación de ‘En agosto nos vemos’, una obra póstuma cargada de polémica pues el literato colombiano, tan perfeccionista y obsesivo con su trabajo, manifestó su expreso deseo de destruirla para evitar su difusión, ha vuelto a situar al padre del realismo mágico en el centro del debate cultural.

La rica obra literaria de García Márquez no se entiende sin los paisajes de su infancia. El mundo del que se empapó en la más tierna infancia marcó todas sus historias, impregnadas del folclore y el colorido del Caribe colombiano. Allí nació el Gabo en 1927, en la ciudad de Aracataca, situada en el caribeño departamento del Magdalena. Sus padres, Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán, apostaron por una relación a la que el padre de ella, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, se opuso frontalmente. Esta historia de amor tiene mucho en común con la de Florentino Ariza y Fermina Daza, los protagonistas de ‘El amor en los tiempos del cólera’ (1985).

Y es que García Márquez siempre utilizó elementos de su vida cotidiana de infancia en la literatura, como prueba el hecho de que el apellido de su madre, Iguarán, fuese el de la protagonista femenina de ‘Cien años de soledad’ (1967), su obra cumbre. La estructura circular de la novela, la profusión de personajes a través de intrincadas sagas familiares y los elementos sobrenaturales que inundan la historia son el ejemplo más característico del realismo mágico, el género literario que el Gabo apadrinó.

Y es que al genio de la literatura latinoamericana siempre le fascinó el complejo universo colombiano, un país sacudido permanentemente por violentas guerras intestinas y pugnas políticas de las que se da buena cuenta en muchos de sus libros. Mitos y presagios también condicionan los acontecimientos ideados por un autor cuya formación más temprana estuvo emparentada con el derecho, un área de estudio a priori muy alejada de su trayectoria vital.

García Márquez, una década sin el padre del realismo mágico 1

Periodista por vocación
En la lejana y fría Bogotá García Márquez concluyó sus estudios secundarios e inició la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Colombia. Pronto se había dado cuenta de que su verdadera pasión residía en la escritura, pero continuó su formación jurídica para complacer los deseos de sus padres. El Bogotazo, con los graves disturbios en la capital colombiana como consecuencia del asesinato del líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, provocaron el cierre provisional de la universidad, circunstancia que llevó al Gabo a Cartagena de Indias, donde comenzó su carrera como reportero en el diario El Universal. El periodismo y su particular forma de enfocar las crónicas fueron fundamentales para perfilar definitivamente su particular forma de escribir. En 1950, a los 23 años, abandonó definitivamente la abogacía y se trasladó a Barranquilla para trabajar como reportero y columnista del periódico El Heraldo.

La ávida lectura de clásicos de la literatura universal como Ernest Hemingway, Franz Kafka, William Faulkner o Virginia Woolf y la característica atmósfera caribeña de Barranquilla forjaron la trayectoria del Gabo, que continuó su carrera como periodista, la que según sus propias palabras le permitió «mantener el contacto con la realidad», en El Espectador de Bogotá. Su serie de crónicas ‘Relato de un náufrago’, sobre el naufragio del destructor A. R. C. Caldas, causó una gran controversia en Colombia pues desmintió la versión oficial que había atribuido la causa del accidente a una tormenta, lo que le llevó a París como corresponsal del periódico para evitar males mayores.

Años después de estrenarse como literato en 1947 con el cuento ‘La tercera resignación’, en 1955, publicó ‘La hojarasca’, su primera novela. Fue un auténtico éxito de crítica y aunque apenas le reportó ingresos económicos, el Gabo siempre guardó un gran cariño a esta obra, que presentó al mundo la ficticia localidad de Macondo y ya lucía muchos de los elementos propios de la particular narrativa del autor, como la manipulación del desarrollo temporal o la multiplicidad de puntos de vista.

La gran historia de Macondo
La carrera del mito de las letras solo había comenzado. En 1961 publicó ‘El coronel no tiene quien le escriba’ y un año después ‘La mala hora’, pero su gran salto a la popularidad se produjo con la inolvidable ‘Cien años de soledad’, en 1967. La historia de la familia Buendía y las vicisitudes del pequeño pueblo de Macondo supusieron una explosión sin igual en el mundo de la literatura y la obra todavía ejerce una poderosa influencia en multitud de escritores. Fue catalogada por Pablo Neruda como «la mayor revelación en lengua española desde el Quijote».

Luego llegaron ‘El otoño del patriarca’ (1975), ‘Crónica de una muerte anunciada’ (1981), ‘El amor en los tiempos del cólera’ (1985), ‘El general en su laberinto’ (1989), ‘Del amor y otros demonios’ (1994) y ‘Memoria de mis putas tristes’ (2004). También el reconocimiento del Nobel de Literatura en 1982, la militancia política en favor del socialismo y una sólida amistad con Fidel Castro, forjada desde su estancia en La Habana. Y es que García Márquez cultivó el periodismo activista e incluso ejerció de mediador en las negociaciones entre las guerrillas colombianas de las FARC y el ELN y los gobiernos colombianos de Belisario Betancourt y Andrés Pastrana.

García Márquez, una década sin el padre del realismo mágico 3

Su azarosa vida y sus puntos de vista le granjearon ciertos problemas con las autoridades estadounidenses, pero también reconocimientos como la Legión de Honor francesa o la Orden Mexicana del Águila Azteca, el mayor de los galardones que México entrega a un ciudadano extranjero. El Gabo se sentía en casa en tierras aztecas, pues vivió en México DF, donde también le sorprendió la muerte el 17 de abril de 2014, fruto del cáncer linfático que padecía desde 1999 y que le había afectado al pulmón, los ganglios y el hígado.

Colombia, el país que llevó siempre en el corazón y cuya cultura impregna todas sus inmortales historias, lloró la muerte del hombre que, «en toda la historia, más lejos y más alto ha llevado el nombre de la patria», tal y como señaló el entonces presidente del país, Juan Manuel Santos. Sus cenizas reposan en el claustro de La Merced de Cartagena de Indias, al pie del Caribe que amó, y su obra, que cuando ya nadie lo esperaba ofrece su última novela, vive para siempre en las historias de Úrsula Iguarán, José Arcadio Buendía, Florentino Ariza o Fermina Daza.