El 30 de junio se celebra el Día Mundial dedicado a estos cuerpos celestes que orbitan entre los planetas y que pueden llegar a ser potencialmente peligrosos para la Tierra.
TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS
En los albores del siglo XX, el 30 de junio de 1908, un meteorito se desintegró cerca del río Tunguska, en Siberia, entonces parte del Imperio Ruso zarista. La enorme explosión arrasó millones de árboles dejando un paisaje apocalíptico en un área de taiga muy escasamente poblada, lo que sitúa el balance de víctimas mortales más aceptado en tres. Aún con todavía muchas hipótesis contradictorias, el acontecimiento constituyó un claro aviso del potencial peligro para la Tierra que suponen algunos asteroides. Precisamente con los objetivos de informar sobre estos cuerpos celestes rocosos y sus posibles implicaciones para el planeta y conmemorar aquella terrible explosión acaecida en las gélidas tierras siberianas la ONU utilizó esa fecha de 30 de junio para fijar el Día Internacional de los Asteroides.
Más de un siglo antes del incidente de Tunguska, el primer día del año 1801, el astrónomo y sacerdote italiano Giuseppe Piazzi descubrió Ceres, así bautizado en honor a la diosa romana de la agricultura y la fecundidad y técnicamente el primer asteroide catalogado de la historia, aunque hoy considerado ya como planeta enano. Fue un paso para la historia de la astronomía, después de años de investigación y teorías de pensadores como Kepler, Newton o Kant acerca de lo que ocurría en el vacío entre las órbitas de Marte y Júpiter.
Ya en marzo de 1802, el astrónomo y médico alemán Heinrich Olbers encontró otro cuerpo de características muy similares aunque mayor tamaño, Palas, que en nuestros días tiene el honor de ser el primer asteroide descubierto. Según su opinión, el objeto debía ser parte de un planeta desintegrado, por lo que esta teoría abrió la posibilidad de seguir explorando a fondo el espacio entre las órbitas de Marte y Júpiter, hoy conocido como cinturón de asteroides, para tratar de encontrar nuevos cuerpos rocosos.
Dos años después otro astrónomo alemán, Karl Ludwig Harding, descubrió Juno desde el observatorio de Lilienthal, y en 1807, de nuevo Olbers, registró Vesta, un nombre propuesto por el matemático y físico Carl Friedrich Gauss. Tras este comienzo fulgurante pasarían varias décadas de búsqueda hasta el siguiente descubrimiento. Fue Karl Ludwig Hencke quien documentó en 1845 el avistamiento de Astrea, el quinto asteroide de la historia, que abrió un auténtico aluvión de nuevos hallazgos, pues apenas dos décadas más tarde, en 1868, eran ya un centenar los cuerpos rocosos de este tipo registrados.
En nuestros días se han documentado más de medio millón de asteroides, principalmente en el cinturón entre Marte y Júpiter, pero también troyanos que comparten órbita con un planeta o centauros, situados en la zona exterior del Sistema Solar y orbitando entre los grandes planetas. Sin embargo, los que más preocupan a los astrónomos son los Asteroides Cercanos a la Tierra, que en determinadas circunstancias podrían llegar a ser incluso peligrosos por el riesgo de impacto con la superficie terrestre.
Peligro potencial
Actualmente, hay casi un millar de asteroides que encajan en estas características, aunque resulta casi imposible determinar con total exactitud sus trayectorias de aproximación por el desconocimiento de algunos elementos orbitales fundamentales para elaborar cualquier precisión fiable. De entre todos ellos, el que más preocupa en la actualidad a la comunidad científica es Apofis (cuya trayectoria se ve en la imagen superior), descubierto en junio de 2004, con más de 300 metros de diámetro y cuya probabilidad de impacto con la Tierra se llegó a situar en un relativamente alto 2,7 % para el año 2029. Posteriormente, estos cálculos han sido revisados sensiblemente y se han establecido otras fechas de una hipotética colisión, con 2037 como año de referencia aunque con una probabilidad considerablemente más baja.
Otro asteroide catalogado como potencialmente peligroso por la NASA es 2009 JF1, que se estima que podría colisionar contra la Tierra el 6 de marzo de 2022, aunque con muy escasa probabilidad de un 0,026 %. Eso sí, el hipotético impacto sería de dimensiones casi inimaginables, con hasta 230 kilotones de potencia explosiva, casi diez veces más respecto a los 21 de la bomba atómica de Nagasaki (‘Fat Man’) y hasta 15 veces más que los 16 de la lanzada sobre Hiroshima (‘Little Boy’).
Ante amenazas de semejante calibre, aunque puedan ser remotas, las diferentes agencias espaciales preparan misiones mediante las cuales atacar aquellos asteroides que por su situación y tamaño en un determinado momento puedan suponer un peligro para la Tierra y así desviar sus trayectorias. Entre todas destaca DART, la primera misión de defensa planetaria de la NASA, que tratará de probar su eficacia impactando sobre Didymos B y alterando así su movimiento en el espacio. Una maniobra de película para la vida real.