La caricatura más famosa e irreverente de Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido como Quino, ha cumplido 60 años pero sigue tan joven como siempre.
TEXTO: MARÍA G. ASTORGA
FOTOS: LUMEN
Cuando una idea nace en el rincón inesperado de una campaña publicitaria que jamás vio la luz, es fácil imaginar que su destino es el olvido. Pero no todas las ideas siguen esta premisa. En 1963, Joaquín Salvador Lavado Tejón, como alquimista inadvertido, convirtió lo que parecía un simple encargo en un fenómeno que trascendería generaciones. Así, de las cenizas de una promoción truncada, surgió Mafalda, esa niña precoz que, armada con preguntas afiladas y una visión clara del mundo, desbordó las viñetas para convertirse en la conciencia que sigue cuestionando, desafiando y haciendo pensar a todo aquel que la lee.
En 1963, Miguel Brascó presentó a Quino a la agencia Agens Publicidad ya que estaban buscando un dibujante que diseñase una tira cómica siguiendo el patrón de Blondie y de Peanuts para la empresa de electrodomésticos Mansfield, de ahí, el nombre de la protagonista y algunos personajes que comparten la inicial «M». Aunque la campaña nunca llegó a concretarse, la idea de Mafalda no murió. Un año después, Quino, quien había creado previamente diversas ilustraciones humorísticas, supo ver el potencial de esta niña y decidió darle una nueva oportunidad en las páginas de la revista Primera Plana, donde debutó oficialmente el 29 de septiembre de 1964. Así fue como esta joven algo díscola y pletórica de sentido común encontró su voz y su lugar en el mundo y 60 años más tarde no ha perdido su encanto.
Desde el principio, Mafalda dejó en evidencia que no era una niña convencional. Representaba la voz de una generación que, preocupada por el futuro, miraba con escepticismo las promesas vacías de un mundo mejor que parecía no llegar. A través de sus preguntas incisivas y comentarios sarcásticos, esta niña de pelo negro y lazo en la cabeza se convirtió en una figura que no temía decir lo que pensaba sobre política, injusticia social, guerras, capitalismo y medio ambiente con una madurez inusual para su edad que la diferenciaba de otros personajes infantiles.
Pero Mafalda no puede entenderse sin mirar el contexto turbulento en el que nació. Argentina, en la segunda mitad del siglo XX, vivía una realidad cadavérica marcada por la inestabilidad política y social. Era una etapa de lucha constante, no solo por el control de la Casa Rosada, sino también en las calles, donde los sindicatos, los movimientos obreros y los estudiantes se alzaban con fuerza para demandar reformas en un país donde las desigualdades económicas y las injusticias eran cada vez más evidentes. Sin ese telón de fondo, ni Mafalda ni sus amigos de viñeta serían los mismos. En ese ambiente de militancia activa y debates acalorados, Mafalda emergió como un personaje que superó con creces las expectativas de su creador. A lo largo de diez años de publicaciones, Quino logró esquivar en numerosas ocasiones la censura de los gobiernos que se sucedieron en Argentina y no por la ausencia de crítica, sino por la sutileza con la que abordaba los temas en sus tiras, llenas excelencia humorística e ingenio. En España, sin embargo, la censura franquista obligó a los editores a colocar una banda sobre la portada del primer libro de Mafalda, catalogándolo como una obra para adultos.
El mundo ideal de Mafalda
Mafalda no estaba sola. Quino fue introduciendo a otros personajes de marcada personalidad que enriquecieron la trama de las tiras. Uno de los primeros en aparecer fue Felipe – inspirado en el periodista Jorge Timossi-, su compañero más cercano, un soñador con tintes pesimistas, apasionado por los cómics, aterrorizado con el sistema educativo y algo tímido. También estaban Manolito, hijo de un comerciante, representaba el pragmatismo y una fuerte inclinación hacia el capitalismo; Susanita, obsesionada con el matrimonio y la maternidad, encarnaba el arquetipo de la mujer tradicional, en clara contraposición a la visión progresista de Mafalda; Miguelito, un niño ingenuo y optimista; y Guille, el hermano menor de Mafalda, agregaba un toque de ternura a las tiras.
Cada uno de estos personajes corporizaban aquellos idearios culturales e ideológicos de la sociedad argentina y mundial de la época. A través de sus interacciones, Quino lograba reflejar los dilemas y contradicciones de una sociedad en plena transformación tanto en el país que los vio crecer como fuera de sus fronteras. Y es que Mafalda está en todas partes. La tira se tradujo a más de 30 idiomas y fue publicada en numerosos países, demostrando la universalidad de sus mensajes. Con el paso del tiempo, su influencia creció hasta convertirse en una especie de conciencia global que alentaba a las personas a cuestionar el orden establecido y a reflexionar sobre su rol en la sociedad.
Quino lograba, desde su lugar oculto tras los personajes, representar las inquietudes de una sociedad en constante efervescencia. Quienes leían las aventuras de esta pequeña niña tan irreverente como querida, entendían que, de alguna manera, todos podían verse reflejados en ella, en su astucia, en sus preguntas y en su manera de ver el mundo. No obstante, pese al éxito, Quino decidió poner fin a la publicación regular de Mafalda el 25 de junio de 1973, en el semanario Siete Días Ilustrados, tan solo nueve años después de su creación. El autor sentía que había dicho todo lo necesario a través del personaje y no quería que la tira perdiera frescura o se volviera repetitiva. Aunque parece algo imposible pues siempre habrá Mafaldas que lo cuestionen todo, Felipes idealistas, Manolitos preocupados por el éxito económico y Susanitas por lo superficial, Miguelitos con una atención desmedida hacia sí mismos, Libertades defendiendo la justicia social y la curiosidad e inocencia de nuevos Guilles.
Mafalda nos recuerda que el mundo sigue siendo un lugar imperfecto, pero que la esperanza, como diría Quino a través de su creación, radica en nunca dejar de cuestionarlo. Hoy, sigue sentada en su pequeña silla, con el ceño fruncido, esperando que el mundo que tanto soñaba cambiar, finalmente esté a la altura de sus expectativas.