El deportivo ‘made in USA’ mantiene su identidad con el paso del tiempo con concesiones a las nuevas tecnologías.
Texto: JOSÉ L. ÁLVAREZ Y ALBERTO FERRERAS
Fotos y vídeo: ALBERTO FERRERAS Y FORD
Acababa de empezar la década de los 60 y Ford buscaba tener un deportivo, sencillo, pero que a la vez tuviera garra. Un coche que pudiera circular por la calle y, con una pequeña preparación, participar en pruebas deportivas. Así nació en 1964 el Mustang Shelby GT350, primero de una histórica saga de leyenda.
La primera serie de este Ford estuvo vigente hasta 1973. Los primeros Mustang equipaban un motor de seis cilindros atmosférico, cambio de tres velocidades y partían de unos 164 caballos. Conforme pasaba el tiempo entraron en acción los cambios automáticos ‘cruise matic’ y el motor de 2.8 litros Thriftpower fue creciendo en cubicaje hasta los 3,3 litros. También se montó otro propulsor en V de ocho cilindros denominado Windsor de 4,3 y 4,7 litros.
Nueve años después, el corazón del Mustang montaban los motores Cobra Jet & Super Cobra Jet V8 de 6,4 litros y FE HiPo V8 de 7,0 litros. Las potencias llegaron hasta los 375 caballos con la incorporación de sistemas de alimentación biturbo. Todos con trasmisión trasera.
El deportivo estaba disponible en tres carrocerías, todas de dos puertas. El Fastback, terminado por un cristal trasero que se alarga por el maletero; el Cupé Hardtop y el descapotable. La carrocería creció en 1967 para alojar los nuevos motores con más cilindros. Este modelo, tal vez, es el más cotizado de la historia del Mustang.
En 1969 había once versiones del Mustang. Entre los ‘extras’ ofrecían sólo una radio AM/FM. Poco a poco fue también dotándose el deportivo con potentes frenos de disco delanteros. Esas primeras series contaban con asientos de piel y volantes de madera.
En 1971 y hasta 1973 se hizo un ‘lavado de cara’ de esta primera serie, con lo que el modelo perdía todo el carácter, diseño y belleza, para convertirse en coche con líneas más integradas en las que perdía su característica parrilla y su recortada zaga. Era un coche “más comercial”, como lo definieron en aquel momento.
Segundas partes
En 1974, Ford sacó el Mustang II, un vehículo casi hermado del Pinto, más pequeño y menos ‘tragón’ con motores de cuatro, seis y ocho cilindros. Era un coche aparentemente más lujoso, pero le faltaba la garra de los primeros tiempos. De esta manera, en 1976 salió el Cobra II que seguía la estela del Shelby, modelo del que un año más tarde nació el King Cobra, el primer Mustang en llevar el mítico propulsor de 5,0 litros, abuelo del actual, en el modelo Windsor V8. Junto a este aparecieron el 3 litros L4 y el 2.8L Cologne V6.
Estos últimos modelos fueron causa de la crisis del petróleo, que obligó a Ford a buscar soluciones en pos de la eficiencia. Además, buscando ser más asequibles, el plástico comenzó a dominar los interiores y exteriores. De esta serie circulan todavía miles de modelos, dado que fue la más vendida de estos 50 años.
La tercera generación del Mustang supuso su modernización. El coche, que cambiaba de plataforma, perdía los parachoques y los integraba en la carrocería, introducía nuevas suspensiones e introducía una transmisión secuencial automática que facilitaba controlar toda la caballería que desarrollaba el motor. Con el petróleo por las nubes el coche pierde todavía más potencia para mejorar sus consumos, como propulsores de ocho cilindros o cuatro con turbo. Ford vuelve a presentar un modelo descapotable, pero los grandes triunfadores eran los de techo duro.
En 1984 se presento el SVO, un coche que poco se parecía al Mustang, con motor de 2,3 litros y unos 175 caballos. Pero fue dos años más tarde cuando la firma del óvalo vuelve a dar vitaminas al coche con el V8, el primero con inyección, que llevaba el motor a los 225 caballos. La serie concluyó en 1993 con el Cobra STV.
El rey de EE.UU.
La cuarta serie del Mustang se vuelve más agresiva y menos urbana, tanto de formas como de modos. En 1998 se incorporó un motor de 4,6 litros con 305 caballos para mover el Cobra, con suspensión independiente trasera. El final del siglo supuso una redefinición de las formas, otra vez más marcadas y menos suaves que las dos series anteriores.
Para entonces el Mustang era el rey en EE UU, donde el Camaro dejó de producirse en 2002. Su mayor propulsor realizado por los técnicos del SVT de Ford de 4,6 litros llegó a desarrollar los 390 cv., además del 5.8 litros de 405 que montó el Cobra R Windsor V8.
Y llegó la quinta y última generación, que comenzó a desarrollarse en 2002. El coche vuelve a las formas de los 60, recuperando toda su personalidad en el morro y la zaga. Un coche que no deja a nadie indiferente. En 2006 se presentó el Shelby V8 supercompresor de 5,5 litros, 32 válvulas y 500 cv., con transmisión manual; por debajo había motorizaciones de V6 de 305 cv. y un V8 5.0 de 412 cv, denominados Coyote,. Todos con cajas manuales de seis velocidades. También incorporan centralita eléctrónica y las primeras ayudas a la conducción. Hay que señalar que no todos los motores llegan a todos los mercados en la actualidad, dadas las distintas normativas anticontaminación, pero el Mustang sigue cabalgando y lo hace con la misma fuerza que hace cincuenta años.
Al volante del Mustang 5.0 de 2016
Sentarse frente al volante diseñado con la mítica figura galopando en su centro, es una sensación que predice lo que aún está por venir. Y es que este vehículo, de nombre mítico heredado de los caballos españoles denominados mestengos, más que un automóvil es una manera de ser y de sentir la vida en la carretera.
El vehículo de la prueba, un GT 5.0i V8 ‘Coyote’ de 32 válvulas sin sobrealimentación (todos son atmosféricos), con 421 CV, caja de cambios manual de 6 velocidades, convertible y color azul impact, es cualquier cosa menos un vehículo que resulta indiferente. El exterior muestra líneas suaves en su zaga y laterales, que se van haciendo más contundentes y angulosas hacia el frontal, entre cuyos faros se vuelve a mostrar el icónico caballo. Y es que, como dato anecdótico, tan sólo la marca del fabricante aparece en delante del espejo retrovisor, mostrando discretamente el óvalo en el adhesivo que hace las funciones de difusor solar.
Abrir las puertas con el mando a distancia que, a su vez, desbloquea el contacto del vehículo si dentro de un radio de acción adecuado, vuelve a convertirse en un espectáculo que vuelve a reafirmar el feeling a los seguidores incondicionales del modelo. Un ejemplo: bajo condiciones de luz escasas, aparecen proyectados con luz blanca, en la parte inferior de cada retrovisor, el mítico caballo, y en ambos largueros inferiores del piso, junto a los asientos, la palabra Mustang retroiluminada en rojo. Detalles imposibles en otros deportivos, pero imprescindibles como complemento al espíritu de este Ford.
El acceso a las plazas delanteras se hace fácil para tratarse un ponycar fastback 2+2 de estas características. Las traseras, aunque en apariencia escasas, son amplias, cómodas y sujetan a los pasajeros de forma implecable, sobre todo teniendo en cuenta que hay que mantenerlos bien sujetos en el caso de que haya que exigir al vehículo que muestre su potencial en caso necesario. Ajustado y anclado el cinturón, tan sólo hay que pisar el embrague, pulsar el botón ‘start’ situado en la parte baja de la consola más próxima al conductor, y limitarse a escuchar el arranque y ronroneo del V8, algo que es imposible describir con palabras…
El movimiento del vehículo por lugares estrechos tipo garajes no se hace complejo. Pese a la longitud del capó, se pueden calcular los extremos del vehículo con facilidad. Las maniobras marcha atrás se facilitan aún más con la cámara de visión trasera, muy precisa y complementada con avisadores acústicos que van señalando las distintas distancias con suficiente antelación.
Enseguida que comenzamos a rodar, se aprecia que el ruido exterior queda minimizado, pese a que la capota de este vehículo es de lona montada en una estructura semirrígida. Y como comentario al margen, la capacidad del maletero no se ve perjudicada en beneficio del alojamiento de la capota. Dos maletas tamaño mediano, y dos bolsas de mano se pueden acoplar perfectamente, lo que permite viajar con el equipaje necesario.
Volviendo a la conducción, en ciudad el comportamiento es como el de cualquier otro vehículo que se rueda dentro de las reglas de circulación marcadas por la ley. La única diferencia estriba en que las miradas de quienes lo rodean se centran en su carrocería, algo por otra parte evidente tratándose de un vehículo tan emblemático como poco común aún en nuestras calles.
En cuanto al consumo, hemos notado que aún siendo los normales para un motor con 5 litros de cubicaje, son más bajos que los anunciados por el fabricante, algo que también pudimos comprobar durante el test en carretera y en conducción deportiva. Según el manual de usuario, la versión de nuestra prueba tiene unos consumos de 20,13L a los 100km en ciclo urbano, de 9,81 en extraurbano, y de 13,61 en combinado. En los cálculos que realizamos pudimos constatar aproximadamente dos litros menos en cada una de las cifras anteriormente indicadas.
Retirar la capota (que se hace en estático con un sistema mixto de desbloqueo manual y un rápido abatimiento eléctrico) es entrar en el mundo de los convetibles puros. Los cristales de las puertas y los dos de las plazas traseras bajan simultáneamente de forma automática, dejando un habitáculo diáfano muy típico de este vehículo, que permite una conducción en la que se disfruta aún más de la ruta.
Salir a rodar con un Mustang a una autovía es viajar en el tiempo. 50 años de historia se materializan en este modelo, y la mente nos lleva a imaginar las largas rectas de las highway estadounidenses, o las sinuosas curvas de la Ruta 66, la verdadera, auténtica y única Mother Road. Los dos grandes relojes del cuadro frente a nosotros, los accionamientos de la consola central con un sabor sixties en cuanto a su diseño, los pedales, la configuración doble y simétrica del salpicadero, la placa frente al asiento del acompañante con la leyenda ‘Mustang. Since 1964’… y el rugido permanente del motor a bajas revoluciones, hacen que este automóvil sea único en todos los sentidos.
Rodando a 120 km/h, el V8 se mantiene en régimen óptimo en 5ª velocidad. Cambiar a 6ª desahoga demasiado el motor que, sin beneficiar a sus prestaciones, penaliza el consumo. Y es que el Mustang necesita más kilómetros de velocidad punta para ir cómodo en el asfalto con su marcha más larga. Previa detención en un área de servicio para subir la capota, continuamos la marcha para, esta vez, por un lado, comprobar por un lado la eficacia del climatizador a 42 grados a las cuatro de la tarde, y por otro, las prestaciones del Mustang, aunque en esta ocasión, en carretera de montaña.
Y aquí es donde los 421 CV comienzan a salir poco a poco. Primero, con todas las ayudas a la conducción (posición activada por defecto durante la conducción), donde aún se puede ‘domesticar’ al caballo hasta las 4000 rpm, régimen de motor desde el que no se puede ir mucho más allá por limitación electrónica. Pero si seleccionamos la sport pura (hay dos intermedias que son mezcla de la automática y la manual), la primera señal es la aparición de un casco de circuito en el cuadro, que indica la ausencia total de asistencia (ESP y control de tracción) y después, el endurecimiento casi inmediato de la dirección asistida, señal de que estamos hablando de palabras mayores.
Para controlar 421CV hay que tener muchas manos, temple y sobre todo, sentido común. Al bajar el pedal del acelerador en marchas cortas, el Mustang sube hasta las 6000 rpm con un bramido de motor que anuncia lo que puede venir después si no se levanta el pie y se enfría la mente de quien lo conduce, ahora convertido en piloto. Y si el suelo está mojado, ojo con la zaga, que puede adelantarse al morro, acción que todo el mundo conoce como ‘trompo’. Eso sí, desafiar el agarre de los neumáticos delanteros con sus 255 delante y ¡275! traseros es lanzar un órdago a las leyes físicas que rigen el orden natural de la conducción…
Tras la tempestad, vuelve la calma, y volvemos a disfrutar de este GT en autopista, su elemento natural de rodaje. Y es que el Mustang tiene un corazón de carreras, pero está concebido para ser disfrutado desde dentro, y a pie de calle, por quienes tengan la fortuna de verlo pasar.
Dejando kilómetros detrás de nosotros para hacer los muchos más que nos esperan por delante, repasamos mentalmente las experiencias vividas y comprendemos que llevamos en las manos un vehículo de comportamiento extremadamente noble en conducción tranquila, pero brutal cuando se le espolea, sobre todo en mojado.
Y es que este purasangre, con toques de exclusividad en su interior, detalles retro en sus formas, vanguardista en su tecnología y extremadamente seductor para quienes amamos el espíritu de los muscle cars norteamericanos, es mucho más allá que la idea de un seductor vehículo deportivo. Es una forma de vida que atrapa a quien se pone a sus mandos dejándole, para siempre, una huella imborrable.
A este deportivo se le conoce desde hace 50 años, simplemente, como… Mustang.