Urueña presume de un proyecto cultural que la convirtió en 2007 en la ‘Villa del Libro’ con sus diez librerías y cinco museos para sus 180 habitantes
TEXTO: ISAAC ASENJO
FOTOS: VIRGINIA CARRASCO
Alejado de la A-6, entre Tierra de Campos y los Montes Torozos, hay un pueblo medieval que presume tanto de muralla como de ser un oasis para los bibliófilos. Y es que en este lugar de Castilla, de cuyo nombre deberíamos acordarnos, el libro es Ley y Rey. Así que no es de extrañar que Urueña (Valladolid) sea el único pueblo de España que disfrute de la noble denominación de ‘Villa del Libro’, un nombramiento que se le otorgó en 2007. Tiene diez librerías, cinco museos, un taller de encuadernación artesanal, otro de caligrafía y un centro de interpretación del libro y la escritura con el nombre de Miguel Delibes.
Las calles están vacías a media mañana y el aire frío azota las fachadas escritas de una villa que, con un censo de 182 almas, se muestra orgullosa de ser el pueblo con más librerías per cápita del todo el país. Y de tener más libros que vino. Los textos le ganan aquí la batalla a los bares y a las vides. Algo insólito en la nación con más densidad de tabernas del mundo y en un Estado en el que el 35% de la población afirma no leer «nunca o casi nunca», según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
¿Cómo se explica está insólita abundancia libresca? Sencillo. Hace ahora trece años la Diputación de Valladolid declaró a Urueña ‘Villa del Libro’ -siguiendo el modelo de localidades europeas como Hay-on-Wye en Gales- y restauró algunas casas y locales abandonados que ofreció a libreros y editores que quisieran establecerse en el lugar.
La inyección económica institucional hizo posible este proyecto cultural que convirtió al pueblo en una meca de la cultura y el libro. Aunque antes de ser trinchera de papel ya era el enclave más pequeño de España con una librería abierta al público, y contaba con la Fundación Joaquín Díaz, el vecino más ilustre del pueblo. Gran conocedor del folclore y las tradiciones castellanas, hace ya un cuarto de siglo que montó, en una casona del siglo XVIII, su Centro Etnográfico, un museo de artes y costumbres que recoge numerosos archivos orales, escritos y gráficos para el disfrute de quienes lo visiten.
Atraídos por el proyecto, acudieron algunos libreros, aunque según cuentan en el pueblo, aquellos que llegaron con perspectivas de fuertes ganancias económicas acabaron marchándose. Ha habido cierres y reaperturas, como es el caso de la librería ‘Grifilm’, especializada en cine y fotografía, que regentan Inés Toharia e Isaac García. Una pareja que cuenta con una historia singular puesto que vivieron en Gales, cerca de la primera ciudad de los libros, y en Nueva York, antes de asentarse en este pequeño rincón castellano hace cerca de una década.
Ambos participan e impulsan otras actividades como un cinefórum y realizan documentales con su pequeña productora. «Hemos apostado más por la tienda física pero también tenemos una web desde la que no llegan varios encargos», cuenta Inés. Para ellos es una opción de vida más que un negocio y no se arrepienten de haber dejado su vida en una gran ciudad. «Poner una librería no es el negocio más rentable del mundo pero hay mucha gente con interés todavía», cuentan mientras enseñan varias colecciones de libros descatalogados y de los más curiosos que pueden verse allí. «Creemos en la perdurabilidad del papel», asegura Isaac, al tiempo que Inés describe a la perfección lo que supone un libro para ella: «Es toda la memoría del mundo. Hay que cuidarlos, protegerlos, mantenerlos y sobre todo, poder tener acceso a ellos».
Otros aún no se han marchado desde que llegaron hace más de veinte años, como Jesús Martínez y Carmen Navarro, al frente de la librería ‘Alcaraván’, dedicada a temas de etnografía y naturaleza.
«La inauguración de la librería fue todo un acontecimiento», destaca Carmen -copropietaria del establecimiento- antes de marcharse -como responsable de la oficina de turismo- con un grupo de turistas que llega para una visita guiada por el pueblo estilo y la Ermita de la Anunciada (estilo románico lombardo).
«Era un pueblo metido en la muralla, y aunque el encanto patrimonial lo ha tenido siempre, le faltaba el impulso económico que ha llegado gracias a la Diputación. Porque aunque esto sea la Villa del Libro no quiere decir que se vendan más que en otro lugar», destaca.
Calles que se leen
En Urueña todo nombre tiene una explicación y sus calles se caminan pero también se leen. Ya sea la Real o Principal, que «cruza de sur a norte la villa y enlaza las dos puertas de la muralla», la calle Ancha, las Eras o Catahuevos, «el lugar donde los recoveros solían catar los huevos que estaban frescos poniéndolos en el hueco del ojo y mirando a la luz del sol», explican.
Todas las rúas guardan algún secreto o curiosidad desde que el enclave se convirtiera en una villa romana hace más de 21 siglos. Un recorrido que se realiza con los pies y con la mirada puesto que las fachadas y tapias se adornan con pasajes literarios caligrafiados y las puertas en mal estado se cubren con grandes vinilos de imágenes de escritores gracias a la iniciativa de la librería Alcuino Caligrafía. También se puede descansar de su empedrado sentándose en el Corrillo de Hans Cristian Andersen y fijarse en las historias dibujadas en las paredes de la librería ‘La Boutique del cuento’, en la que hay reyes junto al popular ‘Soldadito de plomo’. A pocos pasos se encuentra un museo del cuento con objetos capaces de trasladar a cualquiera a su infancia, y escenografías de las aventuras más famosas para los pequeños.
Con los eventos culturales, la ‘fama’ de llevar la noble denominación de ‘Villa del libro’ y el hecho de haber sido admitido en el selecto club de ‘los pueblos más bellos de España’, la vida rutinaria de Urueña comenzó a cambiar. Aunque tuvo su ‘boom’ hace unos años, las cifras se mantienen con oscilaciones. En una década ha cautivado a «más de 600.000 personas, así que no cabe duda del impacto del sello librero», destaca Francisco Rodríguez San José, alcalde de Urueña, confiado en atraer más turistas gracias a la instalación reciente de una señal en la autovía, algo que venían reivindicando desde hace tiempo.
«Hace años se acercaba algún grupo de personas que no sabían donde venían, antes de que fuera nombrada ‘Villa del libro’», cuenta Luis Antonio Vallecillo, propietario del Mesón Villa de Urueña, uno de los seis establecimientos hosteleros de la localidad. Treinta años después de abrir sus puertas, dan de comer a un centenar de personas los fines de semana. Amante de la novela picaresca, descarta poner libros en su restaurante porque en el pueblo «existe una oferta complementaria que viene bien a todos» aunque ve complementaria la copa de vino con un buen texto. «Una cosa es la salud del alma y otra la del cuerpo», reconoce.
Del mismo modo piensa Alison, una británica que lleva veinte años en Urueña, cuando hace unos meses instaló una zona de degustación en ‘La Real’. Un lugar donde maridan a la perfección letras y gastronomía que sirve de ejemplo para la oferta cultural de este enclave medieval. El resto está en manos del amante de los libros, escogiendo un relato, una novela o alguna de las historias que pueden leerse en Urueña, una tierra en la que puede que haya más cielo que tierra y que recuerda a ese lugar donde fueron a morir las arias de Händel.