El Tintero, en la malagueña playa del Palo, no tiene una carta y sus camareros cantan los platos con mucho arte.
TEXTO: JAVIER VARELA
Un restaurante que se precie presume de su carta… pero no todos. Si paseas por la playa del Palo, en Málaga, puedes descubrir uno en el que no importa lo que aparece en la carta porque no hay carta. Hablamos de El Tintero, un enorme chiringuito que además de restaurante es un espectáculo teatral porque los camareros cantan los platos. Uno se sienta, pide la bebida y espera a que comience el espectáculo: “¡Chanquetitooo, el chanqueteee!”, “¡zamburiñaa, qué buenaa, no engorda ni da colesterool!”, “¡llevo la cañaílla grande, en malagueño, el cañallón!”, “¡gordo y coloraoo, el mejillón!”, “¡gambaaa, tengo gamba!”. Los camareros, como si fueran cantantes de ópera, son los encargados de ofrecer los platos a los comensales que, levantando la mano, van eligiendo lo que comen. Todo un espectáculo.
“Esta forma de subastar los platos comenzó hace mucho tiempo, cuando mi padre era adolescente y trabajaba con su madre en un restaurante”, cuenta a Autoclub María José de la Torre, hija de Eduardo de la Torre, alma mater de El Tintero y conocido como ‘El Nono’. “Un día que había mucha gente en el restaurante y mi abuela no se aclaraba con las notas de la comanda, mi padre tiró por la calle de en medio y le dijo ‘encárgate de freír todo el pescado que puedas, que yo me encargo de venderlo’. Y así comenzó la ‘subasta’ de platos”, recuerda María José.
Los camareros, como si fueran tenores listos para salir al escenario, aclaran sus gargantas antes de comenzar la jornada. “Mi hermano Edu es el camarero que mejor vende y el más divertido”, dice orgullosa María José. “Es el que más gracia tiene y te lo pasas bomba con él. Hay que tener arte para hacerlo”, añade. Porque la gente no va a El Tintero sólo a comer, sino también a divertirse: “Se viene a disfrutar, a comer bien y salir con un chute de energía y optimismo”. Eso sí, si te gustan los restaurantes tranquilos este no es el sitio, “aunque hay que disfrutarlo alguna vez porque es una experiencia inolvidable”, aclara María José. Pescaíto frito, espetos de sardina, boquerones, calamares, calamaritos, chopitos, salmonetes, pescadillas, almejas, navajas, gambas, mejillones, conchas finas, huevas, y ensaladas de tres o cuatro tipos. Toda una carta que van ‘cantando’ los camareros para deleite de los comensales.
María José tiene el ‘papel’ más desagradable en este ‘teatrillo’. Es la encargada de cobrar. “¡Que a mí no me queréis ni ver, pero que yo cobro!”, ‘canta’ cada vez que toca comunicar “la dolorosa”. “Cada plato cuesta 7,50 euros y las bandejas, dependiendo del tamaño, van aumentando el precio”, dice. “Cuando cobramos contamos los platos, las bandejas, las jarras, los refrescos… y escribimos la cuenta en el mantel. Así de fácil”, desvela la hija de ‘El Nono’.
Porque si algo tiene El Tintero es el aire familiar. Tres de los cuatro hijos de ‘El Nono’ trabajan en el restaurante que tomó el nombre del oficio de su abuelo. “Mi bisabuelo teñía las redes de pesca y mi padre empezó a ayudarle con 8 años y como homenaje le puso El Tintero al restaurante”. Pero el actual negocio no es el que fundó el ‘Nono’, que tuvo que derruirse por la ley de costas. De hecho, el restaurante es una de las señas de identidad de la playa de El Palo y la forma con la que se han ganado la vida muchos de los residentes en este barrio malagueño. “Hay camareros que llevan desde el primer día en el negocio porque eran amigos de mi padre y es complicado encontrar a alguien en El Palo que no haya trabajado en El Tintero en algún momento de su vida para sacarse algo de dinero”, finaliza.
Pero el coronavirus, como a buena parte de los negocios, le ha pasado factura. “Hemos llegado a tener en un día de feria hasta 3.000 personas comiendo, pero lo normal es que fueran entre 600 y 700. Por desgracia hace mucho que no lo vemos”, lamenta María José.