El 13 de febrero de 1895 los hermanos Lumière patentaron el cinematógrafo, dando origen a la apasionante historia de la gran pantalla.
TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS
El cine es hoy uno de los mayores espectáculos del mundo. Festivales, ceremonias de entrega de galardones y alfombras rojas desatan pasiones en todo el planeta, las estrellas de la gran pantalla son algunas de las figuras más admiradas y las producciones cinematográficas alimentan los sueños de personas de toda condición y cualquier lugar.
En nuestro tiempo, ya bien entrado el siglo XXI, la industria del cine es un negocio de dimensiones mastodónticas, capaz de facturar decenas de miles de millones de dólares a nivel internacional, pero todo comenzó de manera humilde y como suele ocurrir en cualquier invento revolucionario, incluso temeraria.
El 13 de febrero de 1895, hace 125 años, los hermanos Lumière, Auguste y Louis, patentaron el cinematógrafo, una máquina capaz de filmar y proyectar imágenes en movimiento. El 22 de marzo de ese mismo año, los franceses llevaron a cabo el primer pase privado de su invención, y con ello establecieron el hito de la que puede considerarse la primera película de la historia, ‘La Sortie de l’usine Lumière à Lyon’, en castellano ‘La salida de la fábrica Lumière en Lyon’, una grabación de unos 45 segundos de duración que en diciembre de ese mismo año volvió a ser proyectada, aunque en este caso abierta al público mediante el coste de una entrada.
Rápidamente, el cinematógrafo fue expandiéndose por todo el mundo, donde tuvo una gran acogida y fue recibido con entusiasmo por todo tipo de clases sociales. La invención de los hermanos Lumière llegó a ferias de Europa, a China o la India y también a Estados Unidos, la que posteriormente se convertiría en la meca del cine, a través de Felix Mesguich, un operario a sueldo de los Lumière que organizó la primera proyección en el país norteamericano en el Keith’s Theatre de Nueva York, algo que generó una oleada de entusiasmo por esta novedosa forma de ocio.
Durante los siguientes veinte años el cine evolucionó técnicamente hasta ‘El nacimiento de una nación’, un filme de 1915 dirigido por el cineasta David Wark Griffith y basado en los acontecimientos históricos centrales de la creación de los Estados Unidos, que fue polémica por su glorificación del Ku Klux Klan pero que marcó un hito por ser la primera película con un guión y un argumento lineal y coherente más allá de una sucesión determinada de imágenes.
Habría que esperar más de una década para la aparición de otro de los grandes avances en la historia del cine: el sonido. En 1927, ‘El cantor de jazz’ se convirtió en la primera cinta sonora de la historia, pues la película dirigida por Alan Crosland alternaba la voz y las canciones de Al Jolson con los subtítulos en los diálogos. Se trató de una apuesta arriesgada de la productora Warner Bros. Pictures, que por entonces no atravesaba por sus mejores momentos económicos y que se apuntó un triunfo indiscutible en el desarrollo de la gran pantalla.
Con guión, sonido y muchas de las técnicas que engrandecieron el cine, sólo faltaba la aparición del color para llevar las proyecciones a otra dimensión como espectáculos. ‘Lo que el viento se llevó’, la legendaria y épica historia de Victor Fleming, símbolo de la grandeza del Hollywood clásico que narra la historia de superación de la joven sureña Scarlett O’Hara (Vivien Leigh) en plena Guerra de Secesión estadounidense, es un claro ejemplo de lo que el Technicolor supuso para el cine.
La aparición de la pequeña pantalla, ese televisor que comenzó siendo un lujo inalcanzable para la mayoría de la población y que finalmente ocupó su lugar preferencial en cada casa, cambiando para siempre los usos y costumbres en el hogar, obligó al cine a una enésima evolución que le dotase de formatos más espectaculares. Así surgieron Cinemascope o Cinerama, innovadores procesos de filmación que hicieron posible la explosión del péplum a través de filmes míticos como ‘Ben Hur’, de 1959, ganadora de once Premios Oscar, récord absoluto hasta el estreno de ‘Titanic’ ya avanzada la década de los noventa (1997). Inversiones millonarias para la época, historias épicas de metraje infinito y leyendas basadas en la Antigüedad Grecolatina y sus mitos tomaron la gran pantalla y pasaron a formar parte de la memoria colectiva de varias generaciones.
Ya en los setenta, Universal introdujo a través de la película ‘Terremoto’ (1974) el Sensurround, una técnica de sonido que añadió vibraciones a los efectos sonoros con el propósito de trasladar a la butaca lo que estaba sucediendo en la pantalla, pero que vivió una prematura decadencia fruto de los muchos problemas técnicos que planteaba.
Los efectos especiales, el salto definitivo
El final de los setenta y la revolucionaria década de los ochenta trajeron consigo los efectos especiales, ese prodigio de la técnica que ha dotado al cine de toda su espectacularidad actual. No eran los avances tecnológicos de nuestros días, pero toda una serie de producciones lideradas por las tres primeras entregas de la saga ‘Star Wars’, conocida en España como ‘La guerra de las galaxias’ -‘Episodio IV: Una nueva esperanza’ (1977), ‘Episodio V: El imperio contraataca’ (1980) y ‘Episodio VI: El retorno del Jedi’ (1983)-, marcaron un antes y un después en la forma de abordar la ciencia ficción en la gran pantalla.
A lo largo de los noventa llegaría la digitalización del cine y en los albores del siglo XXI el 3D en su máxima expresión con ‘Avatar’ (2009), de James Cameron. Queda por ver si el imparable desarrollo tecnológico deja por el camino el cuidado de otros aspectos cinematográficos como el guión, los diálogos, la utilización de los planos o la profundidad de los personajes, pues el debate en ese sentido está abierto pese a que ambos ámbitos no tienen por qué estar reñidos.
Las salas de cine han dejado sus emblemáticos lugares en las ciudades por las multisalas de centros comerciales de las afueras y la gran pantalla parece haberse instalado en una crisis permanente ante la explosión de otros espectáculos de masas y del auge de la emisión de contenidos en plataformas en ‘streaming’, pero el viejo encanto del cine, ese que nació hace 125 años por la inspiración de los hermanos Lumière, se mantiene, despertando los sueños de millones de personas en todo el mundo.
¿Quién no ha querido ser el protagonista de alguna de aquellas escenas de cine en un autocine? Pantalla grande, el cielo estrellado, tu chica (o chico) en el asiento de al lado… Ahora es posible. Lo que era una moda en los años 50 en Estados Unidos ya es una realidad en Madrid, donde el RACE se ha convertido en el patrocinador oficial del Autocine Madrid.
Se trata de un complejo cultural permanente al aire libre, que ocupa un espacio de 25.000 metros cuadrados situado en el distrito de Chamartín-Fuencarral y que se ha convertido en el autocine más grande de España y uno de los mayores de Europa con capacidad para 1.500 personas. De hecho, dispone de 350 plazas de aparcamiento y una zona de butacas de 450 metros cuadrados, disponible solo los meses de verano, con capacidad para 100 personas.