El descubrimiento de este auténtico tesoro de más de dos milenios de antigüedad supuso hace medio siglo uno de los más grandes hitos arqueológicos de la historia
TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS
En febrero de 1974, cerca de la ciudad china de Xi’an, un grupo de agricultores que estaba cavando un pozo descubrió un tesoro de valor incalculable, escondido durante dos milenios bajo la tierra. La aparición de una extraña figura de un guerrero de terracota solo fue el preludio de un hallazgo de dimensiones colosales. Tras la alerta a las autoridades locales en materia de patrimonio, pronto comenzaron las labores arqueológicas que después de varios años de duro trabajo, permitieron abrir en 1979 el primer pozo de exposición, con un conjunto escultórico que ya albergaba más de 2.000 estatuas.
El origen de aquellos misteriosos soldados de tierra se sitúa más de dos milenios atrás. Se trata de una rica expresión de arte funerario que representa el ejército de Qin Shi Huang, rey del estado chino de Qin en el periodo entre el año 247 y el 221 antes de Cristo, y posteriormente primer emperador de la China unificada. Dejó como legado la unión del territorio, la unificación del sistema de pesos y medidas y la consolidación de un mismo alfabeto en todo el país, pero sobre todo este conjunto arqueológico, que está en posición de formación y pertenece al mausoleo del monarca. Su construcción dio comienzo en el año 246 a. C., apenas un año después de su llegada al trono, y concluyó 40 años después, en mitad de las convulsiones sociales y militares en la zona por las revueltas campesinas que acabaron con la Dinastía Qin y también supusieron el expolio de algunas piezas del mausoleo.
Allí donde poco después se estableció el extremo oriental de la legendaria Ruta de la Seda, hasta 700.000 trabajadores labraron pacientemente el tesoro arqueológico que más de dos milenios después dio a conocer al mundo la historia de la estirpe Qin, que tras unificar China solo perduró una generación en el tiempo, con Qin Er Shi como sucesor de Qin Shi Huang. Hoy, tras muchos trabajos en hasta cuatro fosas, la última vacía porque se estima que no se pudo concluir, está documentada la existencia de un ejército de terracota de más de 8.000 soldados, 500 caballos y un centenar de carros, que además cuenta con un sinfín de armas como espadas, lanzas, escudos, arcos y flechas, también talladas en bronce.
A pesar de permanecer enterradas durante más de 2.000 años, la inmensa mayoría de piezas de este auténtico tesoro histórico presenta todavía un estado de conservación sorprendente. No hay mayor prueba del potencial militar que propició el hito de la unificación de China tras una época anterior marcada por la existencia de varios reinos combatientes. El subsuelo de la zona próxima a Xi’an y la composición química de los materiales con los que fueron construidas las esculturas, cuyas partes de madera fueron tratadas con restos de cromo, propiciaron la supervivencia en el tiempo de este milenario ejército bajo tierra.
Condenados al olvido por la caída de la Dinastía Qin y el cambio de poder en el imperio chino, los guerreros de terracota aguardaron en silencio, en la sombra durante muchos siglos. Escoltaron a su monarca esperando el regreso a la vida, propiciado por aquel grupo de agricultores que hace medio siglo los sacó a la luz con un hallazgo sin precedentes.
Hasta el mínimo detalle
Hasta una decena de moldes distintos se emplearon para el diseño de sus rostros, una labor complementada luego con el tratamiento de la arcilla para que ningún guerrero fuese igual a otro. Cada soldado mide alrededor de 1,80 metros de altura, aunque debido al lógico deterioro nada se conserva de los esmaltes y las pinturas con los que en su día se decoraron cuidadosamente. Tal es el nivel de caracterización de este particular ajuar funerario que incluso cada figura presenta los detalles propios de su rango dentro del ejército, incluido el uniforme correspondiente.
Hoy por hoy se estima que todavía quedan por desenterrar unas 4.000 figuras, a la espera de que a través de los múltiples estudios en marcha se descubra un procedimiento químico que preserve la decoración, pues el contacto con el aire podría oxidar rápidamente los colores de las esculturas, perdiéndose para siempre este valioso detalle.
Por el momento están abiertas al público para su visita hasta tres de las cuatro fosas. La primera excavación presenta el grueso del ejército, con más de 6.500 soldados y caballos en formación de ataque sobre una superficie de más de 14.000 metros cuadrados. La segunda está compuesta por hasta 1.400 soldados, entre ellos arqueros, lanceros, soldados de infantería y de caballería, carros y dos comandantes. Finalmente, la tercera es conocida como la excavación de los generales, debido al alto rango de las figuras representadas, incluido el comandante en jefe de este peculiar ejército.
El museo de los guerreros de terracota, sobre el que orbita la vida de Xi’an, se sitúa a unos 40 kilómetros de la ciudad, que se recorren en menos de una hora en las múltiples líneas de autobuses que cubren la distancia hasta la atracción arqueológica. Abre todos los días del año, con horario de 8:30 a 17:00 horas entre marzo y noviembre, y hasta las 16:30 el resto del año. El precio de la entrada oscila entre los 150 yuanes (unos 20 euros) en temporada alta y los 120 yuanes (alrededor de 15 euros) de la temporada baja. Una vez se accede al recinto, el trayecto hasta las excavaciones, de un kilómetro y medio en un agradable entorno natural, se recorre a pie y sirve de prólogo para una experiencia que no deja indiferente. El ejército que esperó durante más de dos milenios bajo la tierra y que hace medio siglo volvió a la vida aguarda pacientemente al visitante.