Jack Dorsey creó en marzo de 2006 una red social que en medio de debates acerca de la veracidad y los límites de la libertad de expresión, ha cambiado para lo bueno y para lo malo la forma de concebir la información.
TEXTO: JOSÉ MANUEL ANDRÉS
«Just setting up my twttr» («Acabo de crear mi Twitter»). Con este breve mensaje, el desarrollador de software y empresario estadounidense Jack Dorsey ponía el 21 de marzo de 2006 el primer grano de arena en la historia de la red social Twitter. Estaba profundizando en un nuevo concepto de generar información, el microblogueo, fundamentado en el hecho de que cualquier usuario sea capaz de crear contenido, pero a través de mensajes cortos, de muy pocos caracteres.
Precisamente quizás por esta sencillez y capacidad de sintetización, el éxito fue casi inmediato, alcanzando en apenas unos meses millones de usuarios y situando esta startup entre las más valiosas compañías tecnológicas de Silicon Valley. Sin embargo, la idea había sido concebida tiempo atrás y de una forma colaborativa entre varios autores. Ya en 2004, Noah Glass y Evan Williams pusieron en marcha Odeo. En el seno de esta empresa, y con la colaboración de Biz Stone y el mencionado Dorsey, se puso en marcha un sistema de podcast (contenidos radiofónicos en línea) que se estrelló ante el alcance de iTunes, el servicio de audio del gigante Apple.
Obligados a reciclar la startup para eludir un fracaso anunciado, Dorsey ideó entonces el propósito de usar el servicio de SMS telefónico para crear conversaciones entre grupos de personas, un aspecto fundamental porque será el origen de la limitación de 140 caracteres por mensaje, el máximo que establecían los operadores móviles para este servicio de mensajería. Una vez testado el proyecto entre los empleados de Odeo, restaba idear un nombre adecuado a la idea. Noah Glass se inspiró en Flickr y en el trino de los pájaros para elegir el término Twitter, cuya versión definitiva se puso en marcha unos meses después de aquel primer mensaje de Dorsey, el 15 de julio de 2006, con una interfaz muy diferente a la que hoy conocemos.
Conscientes del potencial de la herramienta que habían creado, los cofundadores de Twitter se hicieron con las acciones y crearon la compañía Obvious Corporation para gestionarlas. Este paso supuso también el ascenso definitivo de Dorsey desde el rol de diseñador al de director ejecutivo de la empresa, con Stone como director creativo y Williams como presidente. Peor le resultó el cambio a Glass, el autor del nombre, puesto que fue despedido por sus diferencias con Williams.
El año 2007 ya supuso un salto cuantitativo en la popularidad de Twitter, que se confirmó como una empresa independiente, con Dorsey como CEO, y aumentó exponencialmente el número de mensajes. Curiosamente, un usuario particular, Chris Messina, ideó el concepto de hashtag como agrupador de temáticas de forma totalmente casual, antes de que la propia red social lo incorporase a su funcionamiento.
A medida que el éxito crecía, las rencillas dentro de la compañía aumentaban, algo que derivó en la salida de Dorsey, propuesta por Williams. No obstante, el tiempo puso a cada uno en su sitio, pues los problemas técnicos de la red social, incapaz de absorber el tremendo incremento de usuarios, provocaron el regreso de Dorsey y el despido de Williams. El cuarto cofundador de Twitter, Biz Stone, abandonaría la empresa en 2011 ante la falta de apoyos internos, cerrando el círculo y abriendo una etapa de mayor tranquilidad en cuanto al organigrama después de tantas idas y venidas y desencuentros propios de un culebrón televisivo.
A lo largo de estos quince años, Twitter creció de forma incontrolada, pero también se estancó. Cambió aspectos fundamentales e incluso duplicó el número de caracteres, hasta los 240, un paso arriesgado porque afectaba de lleno a aquello que lo hacía diferente, la brevedad de los mensajes. Cambió la forma de consumir información y fue incorporado como una herramienta más por los medios de comunicación tradicionales. Solventó como buenamente pudo un ciberataque masivo en septiembre de 2010 y probó también con los directos a través de la herramienta Periscope e incluso se atrevió con los ‘fleets’, algo muy similar a las historias de Instagram, ya incorporadas también por otras redes sociales como Facebook o WhatsApp, con los que un usuario puede publicar un texto, una imagen y un vídeo que desaparecen a las 24 horas.
Veracidad y perfiles falsos
En cualquier caso, más allá de los aspectos técnicos, dos cuestiones resultan fundamentales en los muchos y encendidos debates que Twitter ha suscitado en los últimos tiempos: la afluencia de cuentas falsas operadas por ‘bots’ y la veracidad de las informaciones que se difunden a través de los mensajes. Ambos asuntos han adquirido especial relevancia en los últimos años de polarización política, en los que unos y otros acusan al adversario de utilizar perfiles creados artificialmente para difundir puntos de vista afines a través de información parcial, totalmente falsa o al menos manifiestamente tendenciosa.
En el intento por evitar la proliferación de este tipo de contenidos, Twitter procedió en 2018 a un borrado masivo de cuentas falsas, pero ha sido en los últimos tiempos cuando la polémica sobre el bloqueo de perfiles y la eliminación de contenido ha copado todos los focos. Con el intento de asalto al Capitolio y las opiniones del en ese momento todavía presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre la legitimidad y transparencia del proceso electoral en el país, Twitter procedió, al igual que Facebook, a la suspensión de la cuenta personal del mandatario, en una decisión que generó todo un debate sobre los límites de la libertad de expresión.
Lo cierto es que estos procesos se encuentran bajo el amparo legal, pero suscitan todo un debate acerca de lo adecuado de unos criterios que no dejan de responder a los intereses particulares de la compañía. Y es que más allá de momentos álgidos o de crisis, Twitter se ha convertido hoy, 15 años después de su origen, en un importante generador de opinión y su trascendencia a la hora de crear relatos está fuera de toda duda.