El complejo Aldea Roqueta ofrece la oportunidad de ‘regresar al futuro’ y retroceder 30 años para recuperar una forma de vida casi olvidada.
Texto: JAVIER VARELA
¿Por qué reservar una habitación de hotel si puedes reservar toda una aldea? La revitalización de algunos pueblos abandonados o en los que residen muy pocos habitantes a través de complejos hoteleros se ha convertido en una nueva oferta de ocio y viajes para parejas, grupos y familias. Una forma original de crear experiencias únicas en el viajero y fortalecer el área concreta en la que se ubique. Uno de estos ejemplos es Aldea Roqueta, una antigua aldea en el término municipal de Culla, Castellón, que tras ser rehabilitada se ha convertido en un resort con 18 suites en las que disfrutar de un remanso de paz y tranquilidad con unas magníficas vistas y un entorno rural.
Un lugar perfecto para disfrutar de la naturaleza, de la lectura, de los sonidos tradicionales y en la que no hay teléfonos, ni televisión, ni conexión a internet (salvo en algunas zonas) que nos perturben o nos impidan disfrutar de las vistas al valle de la Serra d’Engarcerán, así como del Maestrazgo de Castellón o del Parque Natural del Desierto de las Palmas. Una oportunidad para ‘regresar al futuro’ y retroceder 30 años y recuperar un día a día en el que se vivía de una manera muy diferente.
Pero el complejo es mucho más. Presume de una biblioteca (que cuenta con conexión WIFI) de más de mil volúmenes -algunos donados por los propios autores- con los que perderse, así como de una sala de estar llamada El Casinet en que encontrar una chimenea, una mesa de billar, un tocadiscos de vinilo, juegos… Además, darse un baño en una piscina natural –con sales marinas- situada medio de la montaña con preciosas vistas al valle o relajarse en un jacuzzi natural bajo las estrellas es uno de esos placeres que no se encuentran en otras estancias.
De la aldea original, dedicada al comercio de la lana y a la trashumancia y que estaba deshabitada desde 1995, quedan las calles empedradas, los ganaderos que pasan por ellas, los agricultores que trabajan los campos cercanos, los bancos de la plaza y esa rutina propia de un tranquilo paraíso de montaña, que han dado paso a uno de los resort con más encanto de nuestra geografía donde sus casas son el hotel y sus calles y su plaza forman parte de él. Una auténtica aldea despoblada que los hermanos Javier y Nacho Mariscal recuperaron para que los que pueden permitirse el lujo de viajar por un lujoso túnel de tiempo puedan hacerlo.
Un ambiente rústico en el que nos encontramos un entorno de diseño y amplios espacios, dominado por sus 18 suites (5 junior, 5 estándar, 7 senior y 1 gran suite), con habitaciones con terraza, porche, mirador o patio y diferentes ambientes que le dan un carácter y personalidad propia. Todas las habitaciones tienen terraza, porche, mirador o patio y algunas disponen de chimenea o zona de sofás o una gran mesa. Y como cualquier hotel de diseño que se precie, esta aldea posee un exquisito restaurante que nos introduce en la sugerente gastronomía de la zona con pescado fresco de la lonja de Vinaroz, carne de Vilafranca, verduras y frutas de las huertas locales y, en su temporada, carne de caza o setas de sus bosques…
Además, la escapada puede completarse con rutas de senderismo por la zona, rutas en bicicleta, enoturismo o visitar las pinturas rupestres de la Valltorta, reconocido por la UNESCO como Patrimonio Mundial en 1998, o realizar un picnic que el propio resort te organiza.
Un lugar para perderse y recordar cómo era la vida hace unos años, cuando el móvil, internet y la televisión no eran el centro de nuestras vidas.