Historia, naturaleza, arte… Un viaje en coche por el suroeste francés, una tierra plagada de pequeños pueblos anclados en el tiempo y de legendarios castillos medievales.
Texto y fotos: PEDRO GRIFOL
En los albores del siglo XIII, Inocencio III, quizá el pontífice más mediático de la Edad Media, dedicó gran parte de su energía a atacar tenazmente una herejía que se había instalado en el seno de la Cristiandad. Se trataba del Catarismo, un movimiento cristiano disidente con los fastos y los excesos despilfarradores de la corte papal de Roma, que había surgido en diversos puntos de Europa doscientos años antes, pero que tuvo su mayor auge en los condados al norte de los Pirineos, en los departamentos occitanos del suroeste francés: las tierras comprendidas dentro de los lindes del condado de Toulouse, los vizcondados de Carcassonne, Béziers y Albi, el vizcondado de Narbona y el condado de Foix. Ellos se llamaban a sí mismos simplemente ‘cristianos’, pero sus seguidores les bautizaron con el nombre de ‘La Iglesia de los bons homes’ (buenos hombres); la Iglesia católica oficial, por su parte, los denominaba ‘herejes revestidos’ (haeretici induti). Los cátaros vivían en comunidad y con total austeridad, vestían con humildad…
En definitiva: El Catarismo fue una Iglesia cristiana que no tenía otro objetivo que volver a las fuentes del cristianismo originario, a la autenticidad del mensaje evangélico que un día predicó Jesús de Nazaret, es decir: a una moral que conduce al desapego de toda riqueza material.
Después de continuas persecuciones por parte de la Inquisición y de la Iglesia de Roma, la organización cátara acabó masacrada por un ejército de cruzados enviados por el Papado a la ciudad de Béziers en 1209. El hecho histórico es el siguiente: Cuando los propios soldados, asustados ante la magnitud de la carnicería, preguntaron al jefe cruzado, Arnaud Amalric (que actuaba por obediencia jerárquica de Simón de Montfort), cómo distinguir a los buenos católicos de los malos herejes en el tumulto de la matanza, el susodicho jefe (a la sazón, también abad del Císter) no dudó en su respuesta pronunciando la -ya legendaria- frase que ha llegado hasta nuestros días como paradigma de crueldad: “¡Matadlos a todos! Dios reconocerá a los suyos”.
Posteriormente, la ciudad fue incendiada en el más puro ‘estilo Nerón’. La matanza de Béziers (se calcularon casi veinte mil seres humanos) en la que fueron degollados niños y ancianos pasó a la historia. El Papa siguió tan feliz en su teocracia…comiendo perdices, y el abad Amalric fue ascendido a obispo, como no podía ser menos.
Los últimos -y desperdigados cátaros (unos 225, entre bons homes y bonas donas)- se refugiaron en el castillo de Montségur, donde, el miércoles 16 de marzo de 1244, fueron quemados vivos por negarse a abjurar de su fe.
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El castillo de Montségur es el punto fuerte del viaje… y meta donde podemos desconectar el GPS. El recorrido por el País Cátaro es ahora un itinerario turístico de aproximadamente 200 kilómetros, que discurre por las rutas utilizadas por los cátaros entre los siglos XII y XIV cuando huían de la persecución; y que atraviesa pueblos medievales, iglesias románicas, ruinas de castillos y una exultante naturaleza que nos permite contemplar bellísimos paisajes.
El viaje puede empezar desde España, ya que existe un organismo llamado Consell del Camí dels Bons Homes sito en la localidad barcelonesa de Bagá, desde el que a pie, a caballo… o en coche podemos iniciar el camino desde el Santuario de Queralt (Berga, Barcelona), y cruzar los Pirineos hasta el Castillo de Montségur, sito en el departamento francés de Ariége.
Al otro lado de la frontera de Puigcerdá y del túnel de Puymorens… ya todo está cerca -Toulouse, a 183 km.-. Es cuestión de elegir dónde parar, dónde comer y dónde dormir. Las ciudades y pueblos a tener en cuenta pueden ser muchas, pero hay que seleccionar. Seleccionemos: podemos empezar visitando una de las pocas cuevas prehistóricas con pinturas rupestres todavía abiertas al público, la cueva de Niaux, y si viajamos con niños (en el mismo lugar) también podemos hacer una visita a la Forja de Pyrène (con cita previa: foix.tourisme@orange.fr), un caserío fuera del tiempo donde realizan demostraciones de cómo trabaja un herrero o un cuchillero.
Aunque donde uno se siente verdaderamente como un niño es en lo más alto del pico rocoso del castillo de Foix, el Château Comtal, que nos brinda una magnifica panorámica de los Pirineos que hemos dejado atrás.
El primer pueblo construido después de la escabechina cátara por el desalmado Simón de Montfort fue Mirepoix. Merece la pena parar a comer -o tomar el aperitivo- en alguno de los bistrós situados a lo largo de la gran arcada de madera de roble que orna su plaza central.
Visita ineludible a Carcassonne, que tiene un castillo que es como una gran maqueta de juguete; probablemente el ejemplo más completo de fortificación medieval que se pueda encontrar. Si nos suena su silueta cuando nos acercamos con el coche es porque aparece en varias películas (Robin Hood, príncipe de los ladrones o Los Visitantes). Recomendable caminar intramuros al atardecer, antes de tomar (por ejemplo) un cassoulet, un plato reservado solo para turistas con ganas de tomarse la vida con calma porque después del ágape es mejor seguir caminando.
El pueblo más coqueto
El nombre del siguiente imprescindible lugar lo sitúa sobre el cielo: Cordes-sur-Ciel, uno de los pueblos más bonitos de Francia -el más bonito… dicen los del lugar-, y una de las ‘bastidas’ (pueblo fortificado) más antiguas de Francia. Fundado en 1222 y construido en lo alto de una montaña en plena cruzada contra los cátaros, el pueblo conserva numerosas casas góticas y rincones de ensueño. De no ser por algún vehículo a motor del siglo XXI que vemos aparcado, diríase que poco ha cambiado en 700 años. Aquí todo es piedra y madera… y florecillas amarillas que nacen de entre las piedras. Desde su mirador, comprendemos los aires de poderío que debían tener los 6.000 habitantes -ahora no llegan ni a mil- que la poblaban en el siglo XIII, y que empleaban su tiempo en trabajar el cuero, tejer lana y elaborar cordelería.
Siglos más tarde, se convirtió en morada de artistas, que liderados por Paul Belmondo (padre del actor Jean Paul Belmondo) impulsaron la actividad artística e insuflaron el halo poético al lugar del que goza hasta hoy. Menos poético pero igual de apetitoso es el Museo del Azúcar y del Chocolate, creado por Yves Thuriès, uno de los mejores maestros reposteros del país galo. Finalizada la visita a Cordes, nos aguarda media hora más de carreteras secundarias para recorrer los 26 km. que distan hasta Albi. Aquí necesitaremos un día completo (por lo menos) para conocer (solo un poco) los tesoros de esta bella ciudad que agitará nuestro espíritu más contemplativo.
La trilogía de visitas obligatorias se centra en el Museo Toulouse-Lautrec, donde se exhibe la colección pública más importante del pintor albigense; la catedral-fortaleza de Santa Cecilia, obra maestra del gótico y testimonio monumental de la fe cristiana tras la presunta herejía cátara; y el Pont Vieux, el puente ‘más viejo’ de Francia y Patrimonio de la Humanidad. Después, pateando la ciudad en busca de algún restaurante, iremos descubriendo algunos palacetes de ricos y algunos rincones donde se besan los pobres. Y a dormir. Al día siguiente, antes de lanzarnos a la carretera, tenemos que reservar tiempo para ver escaparates, tomar una cerveza en el café Le Pontié y visitar el mercado cubierto.
La quimera de Montségur
Y llegamos a Montségur, el último refugio cátaro ¡pocas fortalezas han despertado tanto interés y están envueltas en tanto misterio!
Más allá de los hechos puramente históricos, la tragedia del castillo de Montségur propició la aparición de varias leyendas de carácter esotérico y con matices de ocultismo hasta convertirse en uno de los lugares turísticos más visitados del suroeste de Francia. Se puede subir hasta la fortaleza por un camino pedregoso que, aunque tiene una pendiente bastante inclinada, no resulta excesivamente duro. A medio camino, encontraremos una estela de piedra, erigida en 1960, que conmemora el lugar donde fueron quemados los últimos cátaros. Se tarda aproximadamente una hora en alcanzar el umbral de acceso al patio interior, un lugar mágico, ya que algunos visitantes aprovechan para deshacerse de las tensiones de la vida cotidiana y practicar toda suerte de dinámicas corporales y rituales meditativos para cargarse de energía, porque cuenta la leyenda que ésta abandonada ruina también operó como ‘templo solar’… con destellos incluidos de rayos cósmicos durante el solsticio de verano (o de invierno).
Si usted quiere, en este emblemático espacio, unir la imaginación con la realidad está en su derecho; pero lo que es igual para todos, es la temperatura: en verano el sol pega fuerte, pero, habitualmente, una ligera niebla esconde la silueta del castillo a tiempos intermitentes dándole un halo de misterio. Inquietante. En invierno la nieve puede vestir la roca de blanco y el viento se llevará la bufanda a jirones. Elija la estación del año que más le cuadre… pero en cualquier caso ¡hay que subir al castillo!
Después de la visita al emblemático bastión podemos aventurarnos con otros castillos del País Cátaro, como el de Peyrepertuse, esculpido prácticamente en la misma roca donde se asienta, el de Termes, o el de Quéribus, con unas ruinas que desafían las leyes de la gravedad. Pero si ya hemos tenido la ‘experiencia Montségur’ podemos darnos por satisfechos… y volver a casa.
GUÍA DE VIAJE
COMO IR
Otra manera de llegar al País Cátaro es tomando un vuelo directo hasta el aeropuerto de Toulouse–Blagnac (Vueling, Ryanair, Iberia), que tarda una hora y cuarto en llegar, y allí alquilar un coche para hacer el recorrido por carretera a la inversa.
MÁS INFORMACIÓN
Oficina de turismo de Francia: www.rendezvousenfrance.com
Tel: +34 93 302 05 82 (para toda España)
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