Viaje en coche por el ayer y hoy de la isla balear a través de un vehículo muy popular en la isla de Ibiza gracias al boom de la época hippy.
TEXTO Y FOTOS PEDRO GRIFOL
En mayo del 68 y al grito guerrero de “Bajo los adoquines: la playa” muchos jóvenes se lanzaron a las calles de París en busca de una mayor libertad … Mientras tanto -en otro contexto muy diferente- la firma automovilística francesa Citroën presentaba, y ponía a la venta, un peculiar vehículo que bautizó con el nombre de Méhari… El nombre, de origen árabe, se refería a un tipo de camello que destacaba por su resistencia y que se consideraba como el animal de transporte más eficiente para pueblo nómada de los tuaregs. De esta manera el nombre evocaba el carácter austero, a la vez que ágil, del coche de la Citroën.
El Citroën Dyane 6 Méhari fue un todoterreno (o casi) con carrocería de plástico que, desde finales de la década de 1960 hasta 1980 se produjo en la factoría española de Vigo; y siguió comercializándose hasta 1987. Así que podemos decir que el Méhari fue un vehículo ‘muy español’ que, por razones fundamentalmente climatológicas, se hizo muy popular en la isla de Ibiza como coche de alquiler durante la explosiva época de la hippylandia nacional.
Reciclaje ibicenco
Los méharis vuelven a estar de moda este verano y su flota ha sido reciclada para ser utilizada de nuevo como vehículos de alquiler para recorrer la isla de Ibiza.
A saber: no son los nuevos modelos eléctricos de la Citroën -los E-Méhari-, sino que se trata de los verdaderos coches antiguos, que algunas empresas -como www.ibizafunrentacar.com-, ponen a disposición del veraneante para que pueda sumergirse en una aventura setentera que, sin lugar a duda, se convertirá en una experiencia hippy-vintage.
La historia ¡y leyenda! del movimiento hippy ibicenco empezó a finales de la década de los años sesenta, cuando las playas se llenaron de fantasías de paz y amor bajo el lema “Haz el amor, no la guerra”… aquel canto libertario que llegó a Ibiza ¡por tierra, mar y aire! más que a ningún otro lugar de España, que a muchos jóvenes les sirvió como estímulo para instalarse en pequeños municipios ibicencos llegando a cambiar el devenir de la isla; y también, de alguna manera, la forma de contemplar el transcurrir existencial de muchos payeses lugareños que deambulaban por la vida sin pretensiones de meter la cabeza en experiencias desconocidas y exóticas.
Hoy en día, el municipio ibicenco de Santa Eulària des Riu concentra una buena parte de los hippies que llegaron a Ibiza en aquellos tiempos. Son los que (en teoría) han logrado resistir a los envites del consumismo exacerbado. Desde entonces, el cruce de culturas entre los forasteros venidos del ‘mismo extranjero’ (como decía un payés que este cronista conoció) y los habitantes vernáculos, fue enriqueciendo la vecindad y forjando un clima de convivencia amable que ha logrado generar un estilo de vida especialmente tranquilo. De aquel mensaje de buenismo existencial queda mucho en la isla, y muchos también son los millennials que perseveran en continuar con aquella utopía de paz y amor. El hecho es que los turistas que visitan la isla se encuentran con lo de ayer, con lo de hoy y con lo que la municipalidad ibicenca sabe que tiene que proteger para que, en el futuro mañana, los que sigan llegando de cualquier parte del mundo puedan disfrutar de las calas, las playas, los chiringuitos a pie de mar y la excelencia de la cocina tradicional.
Santa Eulària des Riu es uno de los cinco municipios que conforman la isla. Está situado en el lado oriental de su geografía y lo componen cinco parroquias (así se las conoce en ibicenco): Santa Eulària, Sant Carles de Peralta, Santa Gertrudis de Fruitera, Jesús y Es Puig d’en Valls. La capital del municipio, Santa Eulàlia des Riu -bautizada así porque es el único lugar de la isla que tiene río-, está a 15 minutos de Ibiza capital.
En sus 46 kilómetros de playa, esta parroquia tiene la fortuna de poseer algunas de las calas más bonitas de la isla donde poder bañarte desnudo/a sin que las puritanas denuncias prosperen. Son calas a las que se puede llegar por mar en barca o por tierra en méhari.
Mercadillo pionero
Deambular por entre los puestos callejeros ibicencos es una de las actividades imprescindibles de la visita a cualquier parte de la isla; pero el mercadillo consagrado como La Meca Hippy por excelencia es el llamado Las Dalias (www.lasdalias.es), que se instala durante todo el verano en la parroquia de San Carlos, y está operativo los domingos, lunes y martes (en horario de 19 a 12:30); y los sábados de sol a sol… hasta que el cuerpo nos pida ir de juerga a la discoteca. Se fundó en 1983 en un terreno perteneciente a los herederos de una antigua casa payesa del siglo XVIII donde, en los albores de los años 60 se instalaron a vivir los primeros hippies, algunos invitados y otros autoinvitados. Este mercadillo concentra una buena parte de los artesanos que han resistido hasta nuestros días, más los nuevos artistas que llegan cada año.
Si bien, hay que decir que, en la actualidad, el abanico consumista se ha ampliado a otro tipo de negocios… como prendas de ropa manufacturadas en serie, licores, o cosmética natural. Das Kapital no perdona. Destino deportivo y gastronómico
No todo va a ser nostalgia de otros tiempos… El municipio cuenta con varias rutas para practicar senderismo. Uno de los circuitos pedestres es la Ruta del Río, un recorrido de tres kilómetros que circunvala el pueblo y nos lleva a conocer los lugares más emblemáticos de la zona, como el Museo de Etnografía, una mansión con 300 años de antigüedad, en la que descubriremos costumbres de antaño; la Iglesia Puig de Missa, templo construido en 1565 y que tiene un magnífico porche encalado; el Centro de Interpretación Can Planetes, que alberga los restos de un molino de agua construido en el siglo X; el puente Vell y la Fuente d’en Lluna, que conlleva leyenda incluida sobre su construcción, en la que no puede faltar la intervención del demonio.
Otro paseo atractivo es el que circunvala la costa, desde Santa Eulària hasta la playa de Es Canar, en el que nos encontramos con recónditas playas, empezando por la Playa de Gossos, Cala Pada o Cala Niu Blau. La ruta acaba en las ruinas del acueducto romano de S’Argamassa.
En la misma costa, se encuentra Cala Mastella, un pequeño rincón pedregoso donde ‘el Bigotes’, un cocinero, que ahora tiene 93 años, fundó en 1969 una casa de comidas a pie de mar donde se degusta como plato único (al precio de 30 euros), un suculento bullit de peix. Es altamente recomendable, pero, también es altamente improbable que haya, en verano, mesa libre. Tomar nota de su teléfono: 650797633 (de 10 a 13 h.) para reservar.
Y alquilando un llaüt, que es la embarcación de pesca tradicional, nos dará la opción para descubrir otros secretos. Lo alquila Fabian Escudero, y él también nos puede llevar hasta la isla Tagomago, ‘propiedad’ de la vedette de los 80’s Norma Duval, que alquila su mansión en verano por… ¡no sé cuántos miles de euros!
Una jornada ecológica
El ayuntamiento de Santa Eulària ha editado una guía gastronómica en la que se explican las especialidades culinarias ibicencas: guisat de piex, greixonera, flaó arrós de matances, coques… que podrás degustar en cualesquiera de sus restaurantes típicos, como Ca’s Pagés, Can Cosmi o Can Pau. Pero también, quizá más atrevido, es optar por almorzar en una finca ecológica que es un reflejo de la vida de antaño, de antes de la llegada del turismo. Se trata de Can Musón (info@ibizacanmuson.com), una granja que, además de cultivar numerosas variedades de frutas, hortalizas y verduras, tiene animales autóctonos, como el porc negre. Si viajas con niños es el lugar ideal. Entre gallinas, burros y patos puedes pasar una jornada divertida.
Nos despedimos del paraíso desde el huerto de Juan Tur, master distiller de Can Fluxá. Juan es un productor de hierbas payesas, el licor tradicional más icónico de Ibiza. Tiene un gran jardín donde cultiva (y mima) más de 35 especies diferentes de plantas aromáticas autóctonas. Bajo su supervisión nos dispondremos a elaborar un licor, y con nuestras propias manos arrancaremos las hierbas del huerto que iremos introduciendo en una botella… Después, Juan la etiquetará… y la llevaremos a casa. Cuando pasen tres o cuatro meses (tiempo recomendado de maceración), en la tranquilidad de nuestro sofá, abriremos la botella y nos serviremos un chupito de nuestro personalizado elixir, preciso momento para acordarnos de Juan, aquel ibicenco que quería vivir en pantalón corto todo el año… ¡y que lo ha conseguido!
GUÍA PRÁCTICA
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