El bosque nuboso de este país centroamericano es el lugar ideal para ver el ave ‘sagrada’ y disfrutar, como todo el mundo dice, de la ¡pura vida!
TEXTO Y FOTOS: PEDRO GRIFOL
Sin duda alguna Costa Rica es un destino especial para quienes aman el turismo de naturaleza. En un territorio de poco más de 50.000 km2 se desarrolla nada menos que el 5% de la biodiversidad mundial.
Es el país de los tucanes, venados, perezosos, osos hormigueros, monos, colibríes… Y jaguares, ocelotes, pumas… Además de una gran variedad de flora tropical. Los encantos que nos brinda son muchos, y muchos son los viajeros que eligen este país centroamericano situado entre dos mares (el Atlántico y el Pacífico) para disfrutar de sus encantos más populares (desove de tortugas, playas salvajes, subida a volcanes…). En esta ocasión hemos elegido el valle Central para vivir la apasionante aventura de ir a la búsqueda del ave más bella del mundo: el quetzal.
El mito divino
El quetzal, ave venerada por los nativos precolombinos, ha estado en peligro de extinción durante muchos años en varios países de América Central.
Pero las condiciones climáticas de los tupidos bosques costarricenses han logrado que el pájaro se esconda y permanezca ‘a salvo’.
Los quetzales no pueden vivir en cautiverio porque cuando se les atrapa dejan de comer hasta que mueren; además, necesitan estar en su hábitat natural para reproducirse. Durante la época de apareamiento, a los quetzales machos les crecen largas plumas de cola de tonalidades iridiscentes que llegan a medir hasta un metro de longitud; y que en las culturas maya y azteca se utilizaban para adornar los tocados reales. Las aves eran capturadas y luego liberadas para que sus plumas volvieran a crecer, porque matarlos estaba prohibido.
El quetzal fue considerado por las civilizaciones precolombinas de Mesoamérica como un ave divina asociada a Quetzalcóat (la serpiente emplumada). En varios idiomas mesoamericanos, el término quetzal tiene la connotación de sagrado.
Cuenta la leyenda que cuando los conquistadores -corría el año 1525- masacraron la ciudad maya de Xela-hu (actualmente Quetzaltenango), los quetzales abandonaron los bosques y se posaron sobre los cadáveres… en donde permanecieron toda la noche.
Así que, de acuerdo con esta cosmovisión, se trata de un ave ‘sagrada’, relacionada con el más allá, el cielo y el sol.
El avistamiento
El Parque Nacional Los Quetzales es un área de conservación natural situada a unos 75 kilómetros al sureste de San José, capital de Costa Rica. Constituye uno de los lugares del mundo con mayor cantidad y variedad de aves: yigüirros, tangaras, pavas, momotos, oropéndolas, gavilanes, reinitas, colibríes, tucanes… Pero la estrella de sus bosques es, el divino quetzal que, además, pueden ser vistos en cualquier época del año.
Por cierto, y para no llevarse desilusiones, las hembras son parduzcas y carecen de las coloridas serpentinas de la cola; por lo cual, para la foto, mejor buscar un macho. Cosas de la selección natural estética.
Su hábitat son las tupidas áreas cubiertas de vegetación. No le gusta el sol, razón por la cual su avistamiento tiene que hacerse al amanecer, cuando la neblina cubre las copas de los árboles y la temperatura es baja. Cuando llueve… el pájaro vuela entre la lluvia.
Tener en cuenta proveerse de unos buenos prismáticos porque el quetzal vuela alto. Con suerte, podremos verlos y fotografiarlos a esas horas. Naturalmente es recomendable llevar un buen teleobjetivo.
Los senderos para adentrarse en el bosque son accesibles y están bien señalizados, pero debemos adentrarnos con un guía. Él descubrirá al quetzal antes que nosotros.
En la selva hay pocas opciones de alojamiento, pero las que hay son buenas y acogedoras. Se encuentran en el área de San Gerardo de Dota, junto a la carretera que va a Chirripó.
La familia Chacón, pionera en la zona, regenta el Hotel Savegre (savegre.com), el establecimiento con más solera de la zona. Y en lo profundo de un valle montañoso se encuentra el Trogón Lodge (trogonlodge.com), otro alojamiento recomendable. Allí, el verde es eterno, y el aire tonificante y fresco. Por las noches hace frío (está a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar). Tiene senderos privados perfectamente transitables que atraviesan el río Savegre y nos llevan a cristalinas cascadas… Pero caminar por ellos sin guía infunde respeto.
Vestigios coloniales
Satisfechos con el avistamiento del pájaro sagrado, podemos ya pensar en visitar otros alicientes del Valle Central costarricense.
Un desvío de la carretera Intercontinental, delimitado al norte por el lago represado de Cachí y al sur por la cordillera de Talamanca, nos conduce al valle de Orosi, donde se encuentra la ‘otra historia’ de Costa Rica, la de los pueblos coloniales.
Aquí perduran, más o menos en pie, las iglesias más antiguas del país, como Nuestra Señora de la Purísima Concepción del Rescate, construida con cal y canto en la segunda mitad del siglo XVI, ubicada en la aldea de Ujarrás, y que se encuentra en estado de ruina restaurada. El solitario lugar te transporta ¡no sabes por qué! a la época de la conquista. Misterios de la mente.
La otra iglesia, la de San José, está en el pueblo de Orosi. Edificada con estructura de madera y adobe, luce encalada sobreviviendo milagrosamente a los innumerables seísmos que afectaron (y afectan) a la zona. Está en perfecto estado de conservación y sigue operativa para el culto. Tiene un museo con algunos objetos del convento franciscano que allí moraba entre 1743 y 1766. Este pequeño pueblo lleva el nombre del jefe huetar Orosi, que reinaba en la época de la conquista por los españoles. El pueblo tiene su encanto y una atmósfera ancestral que hace que, además de interesante culturalmente, sea el lugar apropiado para tomarse unos momentos de asueto y poder conocer a algún lugareño que nos cuente historias. En la plaza de la iglesia hay cafés y alguna soda (restaurante popular) para tomarse un buen gallo pinto, el plato nacional costarricense, que consiste en un refrito de arroz, frijoles y especias, enriquecido con un par de huevos fritos y lonchas de queso.
Más arriba (siguiendo el mapa con el dedo) de Orosi, una empinada carretera sin asfaltar nos conduce al magnífico Hotel Quelitales (hotelquelitales.com), un lugar ideal para meditar sobre nuestro recorrido costarricense. Consta de 12 bungalós espaciosos sumergidos en plena naturaleza, desde donde se contempla la catarata Doña Ana. Tiene un restaurante con menús costarricenses tuneados por el talento culinario de su propietario Don José. La estancia en este hotel ocupará siempre un lugar imborrable en nuestra memoria viajera. Allí, el autor de este artículo introdujo para su carta de bar el cóctel ‘¡Qué Dicha!’ (para su canal de coctelería Grifol’s Bar), elaborado con guaro, que es el aguardiente nacional, crema de cacao de Costa Rica y zumo de la fruta costarricense por excelencia: la piña. Pues eso: ¡Qué dicha!
GUÍA PRÁCTICA
CÓMO IR
Vuelos directos y diarios desde Madrid y Barcelona con Iberia a San José, capital de Costa Rica.
EQUISITOS DE ENTRADA
Pasaporte en regla para ciudadanos españoles con validez mínima de seis meses.
Pasaporte COVID con las dosis completadas.
CLIMA
Temperaturas agradables propias del trópico, que varían con los cambios de altitud y de humedad. Durante todo el año las temperaturas oscilan entre 21º y 25º C. En la estación lluviosa (de mayo a noviembre) los chaparrones son casi diarios, por lo que hay que llevar a mano un chubasquero.
MÁS INFORMACIÓN
Instituto Costarricense de Turismo: ict.go.cr/es
www.visitcostarica.es
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